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miércoles, 2 de junio de 2010

EL HOSPITAL

Me encontraba en aquel hospital. En el único sitio sobre el que nunca concebí posibilidad alguna de experimentar miedo. Pero así era. Las paredes, el suelo... Todo era de ese color blanco infernal. Me recordaban a los folios, sobre los que alguien podría trazar con la fría y cruel tinta mi muerte. Era un lugar de gritos y dolores, un lugar extremadamente peligroso. Mucha gente entraba allí, y poca volvía a ver el sol de la mañana. Y, sin embargo, las personas mediocres iban y venían por aquellos pasillos con una anormal tranquilidad. ¿Es que nadie se daba cuenta? ¿Nadie percibía el dolor? Yo, arrinconado en la pared, no dejaba de mirar en todas direcciones por si se aproximaba algún peligro. Los enfermeros llevaban grandes agujas, perfectas para clavarlas en alguien. Seguro que disfrutaban incrustando esos malévolos objetos punzantes en la piel de sus víctimas, viendo cómo la savia humana salía de ellos e iba resbalándose por sus doloridos cuerpos. Eran, casi a ciencia cierta, enviados por Belcebú. La posible mayor aficción de los médicos debía ser, probablemente, recetar medicamentos inservibles. Disfrutarían mucho mientras contemplaban cómo la esperanza y la salud de sus pacientes se agotaba como una gota de agua en el desierto.


¿Y qué hay de los limpiadores? Inundaban los suelos aposta para que la gente resbalase, y, de paso, dar más trabajo a sus odiados compañeros, que no eran muy apreciados por tener un trabajo mejor y obtener más dinero. Y lo peor de todo, era que los hospitales eran sitios legales. Increíble, ¿Verdad?

Reparé entonces en un niño que tenía su vista clavada en mí. Llegué a pensar que era la más horrible de las criaturas. Intentaba controlarme con su temible mirada. Seguro que quería poseer mi mente. Me levanté entonces, muy asustado, y decidií ponerle fin a mi desdicha. Corrí hacia la puerta, pro creo que mis ojos no le transmitieron a mi cerebro la importante información de que un terrible escalón se encontraba a poca distancia, y caí. Me rompí varias cosas que no diré para no asustar más de la cuenta a nadie. El caso es que acabé pasando mis días en el lugar más espantoso. Creo que me volví loco. Pero, pensándolo bien, los locos ni se plantean que lo están. ¿Lo estuve aquel día? No lo se. Tal vez ni siquiera sea real todo esto, tal vez ni siquiera exista...

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